Guardianas y transmisoras de la identidad miskita en el exilio

Este reportaje destaca la historia de cuatro miskitas exiliadas en Costa Rica. Desde su condición de mujeres migrantes, indígenas y exiliadas, transmiten orgullosamente a las nuevas generaciones el idioma, los valores, costumbres y tradiciones de la cultura miskita.

  • San José, Costa Rica
  • 3:32 pm
  • Dic 26, 2023

Miskitas en el exilio

Noticias de Bluefields
República 18
Un especial de Noticias de Bluefields

El exilio es difícil. Lo es mucho más para las personas indígenas nicaragüenses porque el país de acogida es diferente en casi todo. Extrañan la caza, la pesca y la siembra de yuca, bananos, maíz, arroz, frijoles y otros productos. Hablar miskito en un país donde, prácticamente, tienen que comunicarse en español, es uno de los mayores obstáculos porque limita las oportunidades de educación, salud y empleo.

Yásnaya Aguilar, defensora de la lengua y la cultura indígena, nacida en Ayutla Mixe, Oaxaca, México, menciona que la importancia de preservar las lenguas indígenas va más allá defender su existencia, también implica el derecho a crear en cualquier contexto. En una entrevista brindada a Cadena Ser, Aguilar asegura que las lenguas son una muestra viva de las emociones humanas, de las condiciones sociales e identidades políticas de sus hablantes. “No hay mejor manera de ponerse en los zapatos de los otros que aprender su lengua… Es más fácil abrir la mente una vez que se han abierto los oídos. Entender las discriminaciones, alegrías y vivencias de la gente se logra tendiendo puentes lingüísticos”.

La comunidad miskita en el exilio se reúne algunos domingos no solo para hablar en su lengua materna, también para degustar y compartir un luck luck (sopa de res), un rondón o un wabúl y asistir a misa a la iglesia morava. Estas actividades, usualmente son lideradas por mujeres como una forma de preservar la identidad cultural y mantener vivas las costumbres y tradiciones.

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En la cosmovisión indígena, las mujeres son las protectoras y formadoras de la identidad cultural. No importan las adversidades, ellas se ponen al frente para trasmitir los valores, costumbres y tradiciones a sus hijos e hijas. Sin embargo, esta actividad, las mantiene relegadas a la casa y a las labores de cuidado.

La etnia miskitu es la población originaria más numerosa de Nicaragua. Según el último censo de población, realizado en 2005, más de 120 mil miskitu viven en la Región Autónoma de la Costa Caribe Norte (RACCN), sobre la ribera del Río Coco o Wanki, en los municipios de Waspam, Puerto Cabezas, Prinzapolka, Rosita y Bonanza. En la Región Autónoma de la Costa Caribe Sur (RACCS), habitan en la Desembocadura del Río Grande y Laguna de Perlas. También hay comunidades Miskitu en el departamento de Jinotega, específicamente en la Reserva de Biósfera de Bosawás.

Desde antes de la colonización han vivido en pequeñas comunidades, obteniendo su sustento de la pesca, la caza y la siembra de tubérculos como la yuca y la malanga, musáceas como el banano y el guineo y algunos granos como el arroz, maíz y frijoles. Pero, estas actividades han sido amenazadas en la última década. En las comunidades miskitas hay mucho temor de ir al río a pescar, de ir al monte a cazar cusucos y chanchos de montes, de ir a las parcelas a cultivar el arroz. Tienen miedo de ser atacados por los colonos que invade sus tierras.

La invasión de personas no indígenas y la imposición de proyectos extractivistas como la minería han forzado a centeneras de familias indígenas a desplazarse dentro y fuera de Nicaragua, principalmente a Honduras y Costa Rica.

Varias comunidades del Caribe Norte cuentan con medidas de protección de la Corte Interamericana de Derechos Humanos (Corte IDH), pero el régimen de Daniel Ortega se ha negado a implementar las medidas. La Corte ha declarado al Estado de Nicaragua en desacato permanente.

Costa Rica no representaba un destino migratorio del pueblo misquito, pero desde el 2018, diversos grupos de familias se han exiliado en busca de protección humanitaria. Esta migración forzada amenaza la identidad cultural del pueblo miskito. Migración de Costa Rica no detalla en sus registros la cantidad de población indígena nicaragüense solicitante de refugio.

Este trabajo destaca la historia de cuatro miskitas exiliadas en Costa Rica. Desde su condición de mujeres migrantes, indígenas y exiliadas, transmiten orgullosamente a las nuevas generaciones el idioma, los valores, costumbres y tradiciones de la cultura miskita.

Lina Vanegas Lina Vanegas, originaria del Río Coco -Wangki en miskito. Foto de Noticias de Bluefields.


Lina Vanegas:  Aquí o donde sea que vaya, soy y seré siempre miskita

¿Por qué algunos hijos solicitan a sus madres que no les hablen en miskito en lugares público? ¿Se avergüenzan de su idioma o existen otras razones?

En las calles de San José, en el mercado municipal, en los buses rosados de La Carpio o en supermercados chinos son comunes las conversaciones en miskito. Pero, algunos hijos, piden a sus madres que no les hable en miskito en espacios públicos. No, no es por avergonzarse de su idioma, es para no exponerse a la discriminación, cuenta Lina Vanegas, originaria del Río Coco -Wangki en miskito-, Costa Caribe Norte de Nicaragua.

Hace dos años, ella y cinco integrantes de su familia, se desplazaron forzosamente hacia Costa Rica para proteger sus vidas ante las invasiones de colonos a los territorios indígenas.

El poco dominio del español es una limitante para las personas indígenas refugiadas o solicitantes de refugio en Costa Rica. “Como sólo hablan miskito no pueden salir a buscar un trabajo, sólo pueden estar en la casa”.

La niñez miskita no habla su idioma en la escuela por temor a vivir discriminación o que les llamen miski, una expresión percibida como insulto. Por ello, prefieren hablarlo únicamente en la casa. Aprender el español como segunda lengua se ha vuelto una obligación para lograr “mejores oportunidades laborales”.

“Yo conozco unos muchachos que solo hablan en español y por miedo que les hagan bullying le dicen a su mamá que no les hablen en misquito en lugares públicos”, mencionó la joven indígena.

Lina también comenta que en el caso de los miskitos viven una situación similar. “Hay hombres que trabajan en la construcción y, en algunos lugares, el jefe les dice que hablen en español porque cree que están hablando de él. Es mal trato porque los miskitos no hablan bien el español y mejor abandonan el trabajo”, cuenta Lina.

El temor de las madres miskitas  

Lina relata que las madres miskitas se ven afectadas por la intervención del Patronato Nacional de la Infancia (PANI), una institución autónoma del gobierno de Costa Rica encargada de velar por los derechos de la niñez. Esta institución exige que la niñez esté bajo el cuidado de una persona adulta, una tarea asumida por las mujeres.

Las miskitas exiliadas, en muchos casos madres solteras, no tienen acceso a empleos formales. Los salarios son precarios y no les alcanzan para pagar a otra persona para el cuidado de sus hijas e hijos.

“No venimos que nos quiten a nuestros hijos, hay madres que están llorando porque el PANI les quita su hijo cuando denuncian que los hijos están solos en casa”, refirió. A esto se suma a que, en Costa Rica, no existe un horario regular en las escuelas y colegios. “En Nicaragua los alumnos asisten en un horario determinado; matutino o vespertino. Sin embargo, en Costa Rica, los horarios varían en la semana, algunos días pueden ser en la mañana, otras veces en las tardes, las madres miskitas que están trabajando no pueden abandonar sus empleos para buscar a los niños, así que la escuela reporta que esos padres no llegan a buscar a sus hijos a la escuela y es ahí donde interviene el PANI”.

Lina convive con un costarricense. En el amor, dice, las barreras del idioma no existen. “Le explico algunas palabras y cuando yo no entiendo las cosas que él me dice en español, me lo explica y así nos complementamos”.

La práctica del idioma es una manera de resistir, asegura Lina. “Uno tiene que ser orgulloso de su etnia, de nuestro idioma, nuestras costumbres, tradiciones y cultura, y siempre tenemos que enseñar a nuestro hijo en cualquier parte que uno este viviendo”.

Lina asegura que se ha encontrado con funcionarios costarricenses respetuosos con sus limitaciones cuando habla español. “Una vez que fui en el Banco Nacional de Costa Rica. Unos trabajadores no me entendieron bien, entonces me dieron un papelito para que yo escribiera lo que quería decir”.

Añade que, la mayoría de las personas miskitas no resuelven su situación migratoria porque en la Unidad de Refugio no hay un solo traductor, los tiempos son limitados y el funcionariado no comprende las expresiones miskitas.

miskitas en el exilio Lina Vanegas, se exilió en Costa Rica hace dos años. Foto de Noticias de Bluefields.


En la cima de las necesidades 

Lina y otras 20 familias miskitas viven en la cima de Alajuelita. Ahí enfrentan muchas necesidades de sobrevivencia por la falta de empleos dignos. Ella es promotora social y defensora de derechos humanos. Ante situaciones injusta o abusivas no se queda callada. El lugar donde vice es el centro de referencias para las personas que buscan un plato de comida, una cobija, algún medicamento, hacer una llamada o para recibir un consejo de algo que no entienden.

Dos o tres veces en la semana, Lina se hace unas trenzas largas y se va a sus clases de emprendimiento y computación gracias a una organización que apoya a personas exiliadas en Costa Rica. “Que no se les olvide enseñar en nuestro idioma, hay que decir siempre de dónde venimos, cómo vivimos, cómo jugábamos antes- No hay que perder nuestra lengua”, resaltó.

Para Lina, el uso del idioma es la base de su cultura porque en este se alberga la memoria histórica, la práctica de sus tradiciones, juegos, historias, gastronomía y danzas emblemáticas que el pueblo miskito ha practicado por muchos años.

“Nos reunimos (con las familias miskitas) de Pavas, Alajuelita y La Carpio y hacemos Luck Luck -sopa de res con bastimento y coco-, compartimos Wabúl -bebida o batido de plátanos mezclados con leche de coco- y rondón de pescado -caldo de pescado y bastimentos cocinados con leche de coco- para no perder nuestra cultura y tradición”.

“Yo soy miskita donde quiera que me vaya, al fin del mundo y fin de la tierra. Somos mistiquitos, nacimos de una madre 100% miskita y entonces para no perder nuestra lengua y nuestra tradición cultural, tenemos que enseñar a nuestros hijos nuestro idioma”, concluyó Vanegas.

Susana Marley: La voz de la resistencia miskita

líder miskita Susana Marley Cuningham, conocida como Mamá Grande, es una líder miskita exiliada en Costa Rica. Foto de Noticias de Bluefields.


Susana Marley Cuningham, conocida como Mamá Grande, es una líder miskita exiliada en Costa Rica desde hace más de un año. Vive en La Carpio, San José y trabaja arduamente en organizar a la comunidad miskita. Ella simboliza la resistencia y la resiliencia indígena.

Mamá Grande nació hace 66 años en la comarca Cabo Gracias a Dios, Waspam, Caribe Norte. Es sobreviviente de la Navidad Roja, un operativo ejecutado por el Ejército Sandinista que, en diciembre de 1981, destruyó las comunidades ubicadas sobre la ribera del río Coco y las trasladó de manera forzada hacia el sector de Tasba Pri.

Cuarenta años después, Mamá Grande ha tenido que vivir un nuevo desplazamiento forzoso, en esta ocasión, fuera de Nicaragua. “Estamos aquí por la invasión de los colonos armados que están asesinando a nuestros líderes, no hay paz, no hay tranquilidad, las familias están huyendo a Honduras, Estados Unidos y Costa Rica”,

Para Mamá Grande, establecerse en el exilio es bien duro. No es fácil acceder a los servicios de salud y educación. Y el empleo formal es casi imposible. A pesar de esa adversidad, sigue adelante y trabaja para ayudar a la comunidad miskita y preservar sus costumbres y tradiciones.

Mamá Grande señala que la identidad del pueblo miskito está presente en sus formas de vida, pero en el exilio, muchas cosas no son posibles. “La pesca es lo más importante en nuestra vida, eso es lo que hacíamos en nuestra región. Solíamos pescar, sembrar y cosechar”.

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Pero ni estando en Nicaragua podían dedicarse a esas actividades debido a la invasión de colonos armados. “Sembramos, pescamos, cazamos, pero nuestras tierras están invadidas, usurpadas por terceros”.

Según Mamá Tara, las familias miskitas en el exilio viven en pobreza, con restricciones de recursos económicos y con baja escolaridad. Además, son familias numerosas.

“Familias completas están migrando, están separándose, la migración divide las familias. A veces se viene el papá de primero y después manda a traer su familia. Buscan la manera de establecerse en un lugar donde tener un trabajo y no aguanten hambre”, asegura Mamá Grande.

Cuando llegó a Costa Rica se estableció en La Carpio. Ahí buscó trabajo como maestra miskita, una profesión que ejerció por más de 3 años en Nicaragua, pero, le dijeron que no podía poque está muy vieja “Yo a mis 66 años ya no puedo trabajar porque dijeron que los adultos mayores no pueden trabajar”, lamentó.

Para no depender de la caridad, Mamatara, debe arreglárselas para el sustento diario de la familia y aunque también se ayuda de los ingresos que proporcionan dos de sus hijos, ella busca crear ingresos adicionales.

“Nos ha tocado hacer pequeños emprendimientos como vender nuestra comida típica, como decir el Wabul, el Rondón, para poder pagar el alquiler de casa, atender la salud y comprar alimentos para el sustento diario”, subrayó.

Mamá Tara Mamá Tara cuando llegó a Costa Rica se estableció en La Carpio. Foto de Noticias de Bluefields.


Familia bilingüe   

Andrés es nieto de Mamá Grande. Él tiene 10 años y asiste de lunes a viernes a una escuela en La Carpio, ubicada a unas ocho cuadras de la casa. La niñez recibe las clases en español y no en su lengua materna. Pero, en el seno del hogar, la enseñanza del miskito es indispensable. La niñez crece siendo bilingüe porque está obligada a aprender español para insertarse en la sociedad costarricense.

“Las mamás inculcamos nuestra lengua, mantenemos la comunicación en nuestra lengua materna, aunque también le ayudamos a hacer la tarea en español”, afirma. Otra necesidad lingüística de la comunidad es el uso del idioma en las actividades espirituales, añade Mamá Grande.

“La familia asiste a una congregación religiosa que realiza el culto en español, pero también nos permiten realizar nuestros cultos en nuestro idioma, porque aún tenemos varias familias que no hablan español, y necesitan un espacio de la Palabra de Dios en nuestra lengua materna”.

En las iglesias de Costa Rica, los pastores son mestizos y solo predican en español, sin embargo, están gestionando con el pastor de la Iglesia Morava en Pavas para establecer encuentros al menos una vez a la semana para las familias de La Carpio.

Mantener la identidad inicia desde la preparación del gallopinto con coco, dice Mamá Grande.

Madres transmiten otros saberes para la vida en comunidad

Además de la transmisión del idioma, las misquitas trasladan a sus hijos e hijas los conocimientos ancestrales para mantener la vida en la comunidad. Sin embargo, la transmisión de estos saberes está condicionada por los roles de género tradicionales entre hombres y mujeres porque las mujeres quedan relegadas al espacio privado y al rol de cuidadoras.

Mamá Grande señala que en las familias miskitas se atribuye al varón el rol de “jefe de la familia”, quien procura que las mujeres contraigan matrimonio con un hombre que les de seguridad y protección”. Es decir, prevalece la visión del hombre proveedor.

En las tradiciones indígenas no hay cabida para la diversidad sexual y las mujeres se mantienen dominadas por el hombre, el pastor o el líder de la comunidad. Por esa razón, las madres miskitas inducen en sus hijas la figura del matrimonio, aunque no signifique la realización de las mujeres. “Nos decía que por eso es bueno tener un matrimonio con un hombre que sea responsable, para que cuando la mujer esté embarazada se haga cargo, la cuide y proteja”.

“Me enseñaba mi mamá que el día que te toque casarte, hay que casarse con un hombre no vulgar, ni bebedor, ni irresponsable, tiene que ir en la iglesia, donde el pastor a pedir la mano”, agrega Mamá Grande

Mamá Grande es la hija número 10 de 13 que procrearon su papá y su mamá. Su nombre está ligado a la historia de resistencia del pueblo miskito. Foto de Noticias de Bluefields.


Defensora nata

Mamá Grande es la hija número 10 de 13 que procrearon su papá y su mamá. Su nombre está ligado a la historia de resistencia del pueblo miskito y su lucha frente al genocidio que el régimen sandinista ejecutó contra esta población en la llamada Navidad Roja.

“Yo era maestra graduada de formación docente, en las comunidades trabajé desde el 1979. Hasta 2003 que me quitaron la plaza. Me quitaron el trabajo por denunciar violaciones a los derechos humano, por denunciar el genocidio de la Navidad Roja, de 1982, crímenes del régimen sandinista contra el pueblo miskito”, cuenta.

“Existió un plan para acabarnos y exterminarnos, dijeron que solo piedras sobre piedra van a encontrar a los miskitos, teníamos que actuar, que defendernos, hasta después me di cuenta de que había corrido riesgo de perder mi trabajo, mi vida”, afirma.

Animar al pueblo 

Mamá Grande considera que para levantar el ánimo al pueblo miskito se debe hacer campañas de sensibilización sobre el orgullo de ser indígena misquito y también desarrollar “una campaña de alfabetización en nuestra lengua materna porque hay mucho que hablan, pero no saben escribir, otros que lo hablamos y escribimos”, señala que esas acciones aseguran la transmisión de los valores culturales.

Ella recuerda que las madres miskitas son las defensoras y promotoras de la lengua “en la casa son las madres que están enseñando los valores morales, los valores espirituales, enseñan palabras que saben en español a sus hijos antes que vayan a clase”, aseguró.

“Mi madre así me decía, por ejemplo:  este es un lápiz y me mostraba el lápiz, este es un cuaderno que se usa para escribir, esto se dice zapato, calcetín vestido, falda, blusa azul y blanco. Me enseñaba como decir las cosas de la cocina, este el tenedor, este es la cuchara, este es el caldero porque teníamos mucho caldero, lo que ella sabía me enseñaba, la mamá transmite a sus hijos, y les dice las palabras que ella conoce”, comentó la líder.

Krislen Rivas: Ser indígena migrante no cambia tu cultura

Krislen Rivas es una miskita de 28 años nacida en Bilwi, Caribe Norte de Nicaragua. En esta región, viven más de 121 mil ciudadanos de la etnia miskita. Ella estudiaba ingeniería agroforestal y estaba a punto de graduarse, pero hace un año se vio forzada a migrar a Costa Rica debido a la represión estatal ejecutada por la policía contra personas y familiares que el gobierno tachó de opositores.

Krislen, su esposo y su niño viven en un bonito apartamento de cemento, color blanco crema, piso de cerámica, bien ventilado e iluminado con una amplia vista a las áreas verdes cerca de La Carpio, un asentamiento bastante precario en Costa Rica, poblado principalmente por migrantes nicaragüenses.

A diferencia de otras familias indígenas, la de Krislen goza de cierta estabilidad. Su esposo trabaja en construcción. Ella realiza las labores de cuidado y participa en procesos de formación dirigidos a mujeres migrantes exiliadas en Costa Rica.

“Mi esposo, mi niño y yo estamos empezando poco a poco y nos va bastante bien, porque él trabaja en la construcción y yo estoy formándome como promotora y ahí vamos avanzando”, dice Ríos.

El lugar donde vive es muy diferente al de Nicaragua, partir de su natal Bilwi, una ciudad con extensas calles de tierra, el mar caribe de frente y la abundancia de cocoteros y arboledas por doquier. Sin embargo, dice Ríos, estar lejos de su comunidad no la hace perder su identidad. “Aquí estamos practicando siempre nuestra lengua, hacemos nuestras comidas, mantenemos nuestra cultura, los domingos siempre vamos a misa porque la recibimos en misquito con un pastor de nuestra etnia”, mencionó.

Aprender otra cultura sin perder la propia

Krislen dice que es necesario transmitir el idioma miskito a sus hijos e hijas para no perder este elemento de su cultura.

“Yo tengo mi bebe. Él aún no va la escuela, pero nuestro deber está en enseñar nuestro idioma. El español es la lengua que necesita para educarse aquí y queremos que lo hable bien, pero en su crecimiento vamos enseñándole misquito, porque es nuestra lengua materna y es importante que el niño hable dos idiomas, incluso hasta puede aprender inglés, porque estamos conviviendo con nuestros vecinos que son creoles, afrodescendientes del Caribe Sur de Nicaragua”, menciona Krislen.

Krislen agrega que la cultura miskita no se extinguirá porque las relaciones de la comunidad exiliada son fuertes y amplias, y aunque el idioma es una de las bases de su identidad, la convivencia del pueblo miskito es colectiva y familiar.

“Aquí en el exilio como indígenas, como mujeres, como familia miskitas a veces nos reunimos como una sola comunidad para preparar comida tradicional. En donde vivimos hacemos nuestra comida, compartimos con nuestros vecinos el rondón y así estamos compartiendo nuestra cultura y nada se va perdiendo, porque, aunque estamos exiliados en otro país siempre mantenemos nuestra comida típica, nuestra cultura, nuestra forma de vivir”.

Krislen Rivas con su bebé. Foto de Noticias de Bluefields.


Una pequeña comunidad nicaragüense en el exilio 

La comunidad miskita se congrega en la Iglesia Morava Miskita porque es parte de su tradición y su espiritualidad, ahí encuentran las biblias e himnarios en su propio idioma. Si hacen una asamblea, cantan y bailan de acuerdo con sus prácticas ancestrales.

“Lo de afuera no puede modificar mi cultura porque mientras se practique se multiplica. No cambia porque eso lo tenemos en nuestro interior y lo aprendido, nunca se olvida. La lengua que es la raíz de nuestra cultura nos pertenece, por más que hablemos otros idiomas, no podemos dejar el idioma porque es nuestra familia es nuestra forma de vivir”, subrayó.

La espiritualidad, gastronomía, bailes y demás saberes ancestrales es transmitida de forma oral, de generación en generación, y para esto, no importa el lugar donde se esté.

Resiliente frente a la discriminación 

Krislen Rivas menciona que la xenofobia para la población migrante en Costa Rica está presente. La discriminación es mayor por ser indígena migrante. Por eso, algunas personas ocultan su etnia.

“Un tico llegó a rentar un apartamento al edificio y cuando supo que nuestra familia es Miskita, decidió irse a otro piso porque dijo que no le gustaba relacionarse con los miskitos, eso es ignorancia porque estamos aquí porque queremos vivir en paz, estamos buscando tranquilidad”, cuenta Krislen.

Aunque su familia ha encontrado un bienestar relativo, le aflige que la comunidad miskita exiliada tenga problemas para acceder a un techo debido a los altos costos. La situación es más compleja para la población indígena que esta sin documentos en Costa Rica.

“Hay muchos que están aquí sin trabajo por falta de documentos legales, los requisitos son duros, y sin trabajo no tienen como alimentarse, donde alquilar, aquí sin dinero es muy difícil”, señala.

A pesar de que en el exilio no todo es color de rosa, Krislen se siente feliz porque donde vive hay colegios, iglesias y tiene la certeza de que cuando su bebé crezca podrá ir a la escuela. “Él tiene un mejor futuro de poder formarse, además es nacido aquí, y yo sé que, aunque él esté aprendiendo de esta cultura, también va a aprender mi cultura materna”, aseguró.

Krislen dice que está transmitiendo a su bebé los valores de la identidad del pueblo miskito y el orgullo de pertenecer a esta etnia.

“Yo soy miskita y eso no va a cambiar porque es mi forma de vivir. El bebé va a crecer viendo todo lo que yo hago y va a practicar y aprender de sus dos países. Como indígena hay que sentirse orgullosos de su identidad y no porque este en otro país conociendo de nuevas culturas, uno va a olvidar lo propio, hay que seguirlo practicando y manteniendo”, concluyó la joven indígena.

Marisela: “Porque yo soy Misquita, mis hijos también, y tienen que hablar nuestro idioma” 

Marisela Davis de 33 años es una madre soltera, exiliada en Costa Rica desde hace más de siete años. Ella no renuncia a sus raíces indígenas y transmite a sus tres hijos los valores culturales de la etnia miskita.

Marisela Davis se exilió en Costa Rica luego que colonos y militares secuestraran a su padre. “Antes estaba bien, pero cuando vi lo que ocurrió con mi padre, sentía miedo y por eso me vine para acá. Como ya no tengo a mi papá, ni a mi mamá, me vine con mis hijos”.

Desde temprano, y en dependencia de los horarios escolares, la jornada de Marisela inicia alistando a sus hijos para llevarlos a clase. En Costa Rica los horarios de clases son distintos cada día. Eso afecta la posibilidad de trabajar formalmente porque no pueden estar pidiendo permiso para ir por sus hijos e hijas las onde de la mañana o dos de la tarde, por ejemplo.

El pan de la enseña y un tiempo de comida 

Marisela menciona que la asistencia de sus hijos a la escuela representa una ayuda para ella porque en la escuela reciben el almuerzo y no tiene que atormentarse porque a veces no tiene para comprar el arroz, los frijoles y el aceite.

La niñez exiliada puede asistir a la escuela, independientemente de la condición migratoria que tengan, pero requiere del acompañamiento de un familiar tanto a la entrada como a la salida de clases. Marisela ha tratado de buscar un trabajo, pero la irregularidad en los horarios de clases le limita esa posibilidad porque no puede estar pidiendo permiso todos los días para llevar a sus hijos a la escuela e ir a traerlos. Ella tiene temor que el Patronato Nacional de la Infancia (PANI) les quite a sus hijos, si deja de cuidarlos para irse a trabajar.

Marisela se asegura de transmitir el idioma miskito a sus tres hijos, pero reconoce que no es una tarea fácil porque en el círculo social predomina el español.  “El que más entiende es el grande, los más chiquitos casi no hablan, pero entienden miskito”, dice.

Los tres hijos de Marisela asisten a la clase de miskito que se ofrece en la escuela para que hablen y escriban en su lengua materna. Marisela dice que gracias a la profesora Lizethe, quien también es miskita, puede estar tranquila de que sus hijos e hija aprendan el idioma de su abuelo y abuela.

Marisela Davis se exilió en Costa Rica luego que colonos y militares secuestraron a su padre. Foto de Noticias de Bluefields.


También en la fe 

Las actividades religiosas también son un nicho para que la comunidad miskita socialice y practique su cultura tradicional y espiritualidad. Por eso, han establecido una iglesia morava para desarrollar sus jornadas espirituales.

“Los niños usan más el español, pero cuando ellos van a la iglesia y se encuentran que solo los misquitos van en esa iglesia y hay otros niños misquitos, ellos entonces lo practican”.

“Yo soy misquita y mis hijos también, entonces ellos tienen que crecer con lo sagrado de nuestro idioma”, dice Marisela.

La identidad gastronómica 

El pueblo miskito mantiene una tradición gastronómica basada en la mezcla de bastimentos, mariscos y animales de la selva. Cada vez que puede, Marisela prepara las comidas tradicionales.

“Nuestras comidas que a veces hacemos aquí, cuando podemos, como el rondón de pescado, el gallo pinto con coco, las tortillas de harina, el wabúl, el pan de coco. Yo les digo esa es la comida de Nicaragua, esa es la que hacemos y comemos”, dice Marisela llena de alegría.

Marisela tiene la esperanza de emprender un negocio de comidas típicas indígenas que le permita generar dinero y salir adelante. Por eso, interpela a la comunidad internacional para que apoyen este tipo de ideas.

Las mujeres miskitas son bien solidarias, se ayudan entre ellas, se cuidan los niños, se apoyan en emergencias de salud y son buenas madres y amigas. Por esa razón es común encontrar hacinamientos en las viviendas que albergan a familias miskitas, porque además de ser familias numerosas, están en constante comunicación.

Cuando Marisela debe ir al centro de salud, que es difícil y engorroso porque puede llevarle más de un día en la gestión de la atención médica y el posterior retiro de los medicamentes, tiene la confianza en dejar sus hijos con una de sus vecinas de la cuartería.

No son familias por lazos de sangre, pero sí lo son por etnia, “Yo le digo tía, pero no es mi familia, pero somos como una gran familia”, comenta Marisela al lado de otras mujeres que conviven bajo el mismo techo.

no renuncia a sus raíces indígenas y transmite a sus tres hijos los valores culturales de la etnia miskita. Foto de Noticias de Bluefields.


Cuando cae la tarde empieza la nostalgia  

Al caer la tarde y cuando sus hijos ya han regresado de la escuela, Marisela les ayuda a hacer las tareas y, antes de dormir, conversa con ellos sobre sus orígenes.

“Trato de contar algunas historias de nosotros los misquitos, pero son muy curiosos y siempre están preguntando por sus abuelos, a veces me dejan sin repuesta, pero yo les digo la verdad”, dice Marisela respirando profundamente.

“A veces me preguntan cuándo vamos a ir a Nicaragua y yo les digo:  amor, ahorita no podemos ir a Nicaragua por la situación que estamos pasando y ellos comprenden”, relató.

Un recuerdo doloroso que le impide regresar a Nicaragua  

Hablar del secuestro de su padre es algo que a Marisela le genera dolor porque aún no ha terminado de asimilarlo. Busca apoyo en sus amigas, entrelaza los dedos de sus manos, cruza los pies y con la voz temblorosa menciona que es difícil contar en español lo ocurrido con su padre, un líder indígena comunitario de Krukira que trabajó con el gobierno, pero cuando vio que éste apoyaba a los colonos invasores de tierra, se rebeló.

A diferencia de muchas familias miskitas que añoran regresar a sus comunidades de origen, Marisela no quiere hacerlo por lo sucedido con su padre. “Lo que más deseo para mis hijos es que no regresen a Nicaragua, aunque un día yo falte, pero que no regresen a Nicaragua”.

Un programa especial en lengua miskita, un desafío para el sistema educativo costarricense 

La niñez misquita que vive en Costa Rica y accede a la escuela se enfrentan a las barreras del idioma. El mayor desafío para el estudiantado miskito es acceder a un sistema de enseñanza monolingüe. Lograrlo no es imposible. Una opción es aprovechar las capacidades que ya hay en la comunidad miskita exiliada.

Desde hace siete años, la profesora Lizeth Pictán Chacón, originaria de una comunidad indígena de Prinzapolka en el Caribe Norte de Nicaragua, imparte clases en miskito, una decisión que tomó al observar este vacío en Costa Rica. “Tengo 12 años viviendo en Costa Rica y siete años trabajando para el Ministerio de Educación (MEP) para atender la asistencia de niños miskitos que no hablaban español”, comenta.

Agrega que, hace siete años, hubo mucha matrícula de niñez procedentes de la Costa Caribe de Nicaragua que no hablaban español. Entonces, el MEP desarrolló esa iniciativa para preservar la lengua miskita, destaca Pictán.

La maestra señala que para la implementación de la iniciativa inicialmente se guio del apoyo curricular que desarrolló como profesora indígena en su comunidad de origen, “en este caso se trabaja para preservar la lengua”.

Cómo funciona 

Aunque la iniciativa no se atiende a través de un programa especializado, se aborda como una materia complementaria, es decir, el estudiantado puede entrar a la clase de miskito cuando no están recibiendo ninguna materia esencial. Cada semana pueden asistir a espacios que duran entre 80 y 120 minutos cada sesión.

“La enseñanza del idioma se desarrolla en dos maneras: oral y escrita, producción escrita para niños que pueden escribir la idea y cursan del cuarto al sexto grado y la expresión oral y escucha para niños más pequeños”, resaltó la docente.

La maestra ha identificado que “algunos de estos niños hablan correcto el miskito” y pueden mejorar en otras asignaturas usando su idioma.

Al inicio el programa se desarrollaba en una sola escuela y atendía a 10 estudiantes. Este año atiende a 46 estudiantes de educación primaria de entre 6 y 12 años en los centros educativos:  Finca San Juan, Escuela Lomas del Río y Rincón Grande.

Niñez debe estar en la escuela

Para integrar a la población diversa al Sistema Educativo Costarricense, el MEP a través del Departamento de Educación Intercultural atiende a poblaciones indígenas o con situaciones migratorias especiales, como es el caso de la población estudiantil refugiada o solicitante de refugio.

De acuerdo con la cartilla “lineamientos para la atención de la población refugiada en el sistema educativo costarricense” el trabajo en el aula parte de la cultura de origen de los estudiantes para integrar a la población asilada en Costa Rica con el fin de contribuir a romper el ciclo de vivencias negativas que les obligó a salir de su país de origen.

La profesora aconseja a las familias miskitas asegurar el acceso a la educación de sus hijos e hijas: “Tienen derecho a la educación, pero a veces, los padres creen que, por no tener documentos legales, no pueden mandar a los niños a la escuela. Siempre se les ha dicho que con sólo que tengan una constancia de nacimiento pueden matricularlos. Ningún niño puede quedarse en la casa sin estudiar, tienen que llevarlo ya teniendo la edad de cuatro años y medio en materno, cinco años en el kínder y de seis años, ya tiene que estar en primer año de escuela”, finalizó diciendo la profesora.

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