El drama de las mujeres miskitas que huyeron de Nicaragua por la invasión de sus tierras y se asentaron en La Carpio, Costa Rica

De huir de la violencia en sus territorios indígenas a enfrentar discriminación y grandes dificultades económicas. Esa es la historia de mujeres miskitas que padecen las vicisitudes del desplazamiento o migración forzada.

  • 6:12 pm
  • Ene 24, 2023
miskitas La Carpio
República 18

La violencia en los territorios ancestrales de la Costa Caribe de Nicaragua ha causado que más de 4,000 indígenas se hayan desplazado en los últimos años forzosamente de sus comunidades, a esto se le suma la falta de interés por parte del Estado. Esto ha ocasionado que miles de familias se encuentren en vulnerabilidad económica.

Mamatara salió de Nicaragua a finales del 2021 por amenazas de muerte y desde entonces, le ha tocado enfrentar la dura realidad del exilio en Costa Rica.

Varias de estas familias han escapado hacia Costa Rica. Según Susana Marley, conocida como MamaTara o Mamá Grande, lideresa miskita originaria del Territorio de Waki Maya y exiliada desde el 2022 en Costa Rica por la misma persecución de armados, muchas de ellas se alojan en La Carpio, Rieles y Alajuelita. Ella contabiliza más de 300 indígenas que han tenido que trasladarse al país vecino. Sin embargo, dijo que no existe un dato exacto sobre el número de comunitarios en Costa Rica y que, probablemente, el número es aún mayor.

“Nosotros tenemos un registros de 300 familias, pero no tenemos el registro completo, son más de 6000 Miskitos en Costa Rica (…) para la comunidad indígena miskita, es muy difícil conseguir un trabajo, porque a muchos se nos dificulta hablar el español bien, también para conseguir manipulación de alimentos para trabajar, porque tenés que recoger 18 mil colones para pagar ese curso y otro problema es el nivel bajo de estudios” expresó la lidereza.

Exilio, un duro comienzo

Una de las personas que salió de su tierra para proteger su vida es Reyna Seferino Lemar, de 40 años, desplazada de su comunidad a finales del 2018, cuando varios hombres invadieron el territorio donde vivía, quemaron casas, asesinaron a líderes comunitarios y prohibieron a quienes escaparon el poder regresar a sus tierras. Esto la obligó a salir del país en el año 2020 con sus cuatro hijos, puesto que la violencia desatada ya no les permitía sobrevivir.

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“Invadieron los armados, los mataron y cuando las mujeres intentaban huir, las agarraban y las violaban. Tuve que salir por vereda, sentí tristeza, lloré en el camino, tenía demasiado temor, pasé hambre durante el camino. Me vine en bus y a pie desde Bilwaskarma en Waspan Norte hasta Peñas Blancas, cuando ya estuve aquí, me sentía contenta, pero tenía mucho dolor, por haber dejado mi pueblo”, expresó.

Reyna Seferino Lemar le ha sido difícil adaptarse al español, lo que ha ocasionado que las oportunidades laborales le sean limitadas.

Hoy en día, Lemar es habitante de La Carpio, un barrio de unos 23 kilómetros cuadrados, creado hace unos 30 años y considerado uno de los asentamientos más grandes de Costa Rica, donde la mitad de los habitantes son nicaragüenses o de descendencia nicaragüense. También es uno de los lugares más marginados del país centroamericano, señala el sociólogo Carlos Sandoval, de la Universidad de Costa Rica (UCR), en su estudio “La Carpio: segregación urbana, inseguridad y estigmatización social en una comunidad binacional en Costa Rica“.

La situación para Reyna Seferino es difícil, si bien no corre peligro, una dura realidad es el no poder encontrar trabajo y lo que gana su esposo solo alcanza para el alquiler y un poco de comida. “Yo antes horneaba pan pero desde que mi horno se descompuso, he quedado a la deriva y ha sido muy difícil ya que casi no hablo español. Es muy complicado para mi encontrar un trabajo donde me acepten”, comentó.

Luchar para mantener subsistencia de sus hijos

Salir de Nicaragua ha representado para las comunitarias un panorama de duras realidades en temas como la educación y el hecho de acceder a ella, así mismo, la economía les dificulta acceder a educación.

Cory Pereira de 17 años, hija de Reyna Lemar, quien cursaba el primer año de secundaria y que ha sido víctima de discriminación por parte de sus ex compañeros y profesores en la escuela donde estudiaba, también, la falta de empleo, es un gran factor que limita las condiciones para acceder a los estudios.

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“En la escuela se burlan de uno porque no hablo muy bien el español y hasta la profesora me dijo que tenía que hablar bien porque en Costa Rica no estaba en el lugar donde vivía, es duro, este año no pude estudiar, porque no tenía el dinero para pagar los útiles, cuadernos, lapiceros y todo eso es muy caro y el año pasado no pude estudiar porque salí embarazada” dijo la comunitaria, quien ahora tiene un bebé de cinco meses.

Por su parte, Madelin Muller Willson, de 32 años, tuvo que salir con un hijo de dos años desde el 2017, de la comunidad de San Jerónimo, Río Coco, uno de los territorios más conflictivos en el Caribe nicaragüense. Se refugió en Costa Rica ya que en la finca donde ella habitaba con su padre llegaron a amenazarles de muerte para despojarlos de sus tierras. Cuenta que el adaptarse ha sido complicado y sus hijos han afrontado estas adversidades.

Cory Pereira y Madeline Muller Willson

“Yo me vine por miedo, porque tengo un hijo, y nos decían que nos iban a tirar en el río después de matarnos, el proceso aquí ha sido difícil porque yo soy una persona sola, yo vivo cuidando niños y se me complica mi economía porque no tengo un trabajo fijo y tengo dos hijos que alimentar y a veces en la escuela le piden materiales pero no puedo dárselos porque lo que gano no me alcanza”, expresó Willson.

En el caso de Sinforosa Davis Lavonte, también de 40 años, desde el 2018 que llegó no ha podido conseguir trabajo por su edad. Dice que es demasiado duro al no tener ayuda de ninguna organización. Sin embargo, limpiando casas y buscando trabajos temporales ha podido defenderse ante la dura realidad que le ha tocado afrontar al salir de su tierra.

“Yo vivía de la siembra, del campo. Entonces los armados llegaron y nos quitaron las tierras, nos quedamos sin nada para comer. Entonces, yo me busqué cómo venir a Costa Rica y me vine por naranjal, en Los Chiles, me fui de mi territorio a Managua y de ahí en un bus que me llevó al lugar donde comencé a caminar. Aquí está un poquito duro, porque desde que me vine no he encontrado trabajo por que ya me llegó mi edad y estoy luchando para que mi hijo estudie”, dijo Lavonte.

Según Mamatara, las comunitarias llegan a vivir a esta zona por la rentabilidad del lugar, ya que en el resto de San José, el costo de vida es muy elevado, contrario a la casi autosuficiencia económica de La Carpio, que tal vez por la exclusión geográfica, ha creado ese ecosistema para las familias más pobres del país.