¿Qué es y para qué sirve el Sistema de Integración Centroamericana?

Nacido para resguardar el frágil equilibrio de los procesos de paz a finales de la Guerra Fría, el SICA, según sus críticos, no es más que un esclerótico exoesqueleto para una región que se fagocita a sí misma mientras degenera a nivel social, económico y político.

  • San José, Costa Rica
  • 10:31 am
  • Jul 3, 2024

La sede del organismo regional en El Salvador, donde ondean las banderas de sus países miembro, los cinco países centroamericanos de la República Federal más Panamá, Belice y República Dominicana.

SICA
República 18

Los siglos posteriores a su independencia vieron a Centroamérica convaleciente o desmembrada, a menudo dos cosas a la vez. La región sufrió ocupaciones extranjeras, guerras intestinas, una completa y constante inestabilidad que llevó a rutinarios golpes de Estado y guerras civiles, siendo los periodos de ascenso y democracia una excepción.

En los ya más de doscientos años de historia centroamericana hubo sólo dos casos de verdadera unidad desde la disolución de la Federación: la coalición militar que enfrentó a William Walker y lo que luego sería el Sistema de Integración Centroamericana (SICA).

El SICA tuvo de cimiento a la Organización de Estados Centroamericanos (ODECA) fundada el 14 de octubre de 1951 por Costa Rica, El Salvador, Guatemala, Honduras y Nicaragua, los cinco territorios de la extinta República Federal de Centroamérica (1824-1841), así como Panamá.

Lea además: Régimen de Nicaragua instiga tensiones acusando a nueva presidente del BCIE

La ODECA estableció el Mercado Común Centroamericano y el Banco Centroamericano de Integración Económica (BCIE) en 1960. Pero el SICA no aparece sino hasta el 13 de diciembre de 1991, con el Protocolo de Tegucigalpa.

Los cuarenta años que mediaron entre la fundación de ODECA y el Protocolo no fueron los mejores para la región. Era el tiempo de la “Crisis Centroamericana“, en el último tramo de la guerra fría.

El SICA nace “en el contexto de los golpes de Estado y también de guerra civil, un momento en el que Centroamérica estaba en una situación bastante difícil. Entonces, hay un proceso que inicia a finales de los ochenta, lo que se conoce como la transición a la democracia donde los países, de manera formal, entran a un proceso de estabilización política”, explica Harold Villegas-Román, politólogo, docente e investigador de la Universidad de Costa Rica (UCR), a República 18.

Los presidentes de Centroamérica en 1987, tras firmar los Acuerdos de Esquipulas II. Foto: Prensa Libre

El SICA, pues, fue pensado para reforzar los procesos de paz decididos desde los Acuerdos de Esquipulas a partir de 1986. Nicaragua y El Salvador llevaban años desangrándose en conflictos satélite de la guerra fría, mientras los demás países se veían salpicados por la violencia o bien sufrían sus propias contiendas de menor intensidad.

Grandes promesas

“Democracia, paz y seguridad, libertad y justicia, solidaridad y cooperación, desarrollo son sostenible” fueron, en palabras del opositor nicaragüense Álex Aguirre, ex-funcionario del SICA en la Dirección de Seguridad Democrática, las promesas del organismo y sus valores guía.

En suma, el SICA se planteaba como un contrapeso a la cultura política de una Centroamérica sumida en el faccionalismo.

El SICA busca “promover la integración económica, política, social y cultural de Centroamérica para alcanzar un desarrollo equilibrado y sostenible en la región. Esto incluye la implementación de políticas y estrategias conjuntas que beneficien a todos los países miembros”, añade Aguirre.

El principal órgano del SICA es la Reunión de Presidentes, sostenida con frecuencia semestral entre los jefes de Estado de cada país. Hay un Consejo de Ministros, otro Consejo de Ministros de Relaciones Exteriores, un Comité Ejecutivo con representantes de cada uno de los países miembro y la Secretaría General, que ejerce la representación legal y las más altas funciones del SICA.

También existe un Parlamento Centroamericano (PARLACEN), con veinte diputados por país, caracterizado por el SICA como “un foro deliberativo” para los asuntos de interés regional, y una Corte Centroamericana de Justicia, con sede en Nicaragua.

¿Sí cambió Centroamérica?

Aunque fundado en 1991 (un año después del fin de la guerra en Nicaragua), el organismo no inició operaciones sino hasta 1993 (un año después del fin de la guerra en El Salvador). El logro de la paz, no obstante colmada de compromisos y concesiones, se tradujo en un sentido de optimismo para toda la región a principios de la década del noventa.

Pero aquello no duraría.

“En temas de seguridad, somos la región más insegura del mundo donde no hay conflictos militares“, lamenta Villegas-Román, quien apunta que “la inestabilidad política sigue ahí, como vemos en el caso de Nicaragua y ahora con El Salvador con la reelección de Bukele”.

No son desarrollos recientes, sino descomposiciones visibles tan pronto cambió el panorama geopolítico tras los procesos de paz. La pobreza también recrudeció en los países de la posguerra, llevando al terror de la delincuencia masiva de las maras en El Salvador (afectando a toda la región) y a un constante estado de crisis en la Nicaragua de la transición.

“Los problemas que nos habían aquejado desde antes todavía se mantienen y algunos se han profundizado y creo que el SICA, a como está estructurado, no ha contribuido significativamente a resolverlos“, agrega el académico.

Nicaragua: el mayor fracaso del SICA

Villegas-Román no quiere desestimar el trabajo del SICA y de todas las personas que, con sus mejores esfuerzos, tratan de hacerlo funcionar siguiendo las pautas democráticas e inclusivas delineadas el siglo pasado. “Me parece que es un espacio grande de diálogo y se ha hecho todo lo posible para que tenga una incidencia“, matiza.

No puede ignorar, sin embargo, que el organismo ha fracasado en su misión. “Los resultados reales son lamentables”, señala, y Nicaragua supone la mayor evidencia de ese fracaso.

 Daniel Ortega, líder del Frente Sandinista, junto a su esposa y primera dama, Rosario Murillo, durante un acto con la jefatura militar. El régimen de Ortega ha sido señalado de cuantiosas violaciones a los derechos humanos a partir de la crisis sociopolítica de 2018 y su régimen es reconocido ampliamente por la comunidad internacional como una dictadura. Foto: Cortesía

A partir de la victoria electoral del Frente Sandinista en 2006, pero con antecedentes en pactos políticos y corruptelas de la década del noventa, el país fue progresivamente ocupado. El partido, que había gobernado con poderes dictatoriales tras un golpe de Estado en 1979, desmanteló las instituciones democráticas surgidas de los Acuerdos de paz en los noventa.

Aunque se trata de un asunto complejo que no puede achacársele a las estructuras de integración, el desafío de Ortega demostraba que el consenso alcanzado en los noventa era más frágil de lo que en un principio podía parecer. Y al haberse fundado el nuevo marco de integración en aquella victoria de la diplomacia, aquel proceso fue un golpe a su legitimidad por donde se le viera.

“No hay músculo político”

No hay músculo político ni capacidad dentro del SICA para evitar que la Secretaría vaya a un país con nulo compromiso democrático y con señalamientos de violaciones a derechos humanos como es Nicaragua“, comenta Villegas-Román sobre el conflicto que hubo cuando Nicaragua exigió apuntar a su candidato a Secretario General tras la destitución del sandinista Werner Vargas en noviembre de 2023.

Nicaragua lanzó una rabieta (que luego retractó) en junio de 2024, exigiendo la reinstalación de un candidato nicaragüense bajo amenazas de desentenderse de sus responsabilidades en el organismo.

El operador sandinista Werner Vargas renunció a la Secretaría General del SICA en noviembre de 2023 “por no haber cumplido las expectativas” de los Estados miembro y por mal procedimiento, según denunció entonces Aguirre. Foto: SICA

Villegas-Román considera erróneo que fuese posible en primer lugar la asunción de Vargas (o cualquier otro nicaragüense leal al régimen sandinista) a la Secretaría, a su ver demostrando que “todavía hay mucha incapacidad de incidencia para poder ordenar ciertos estándares reales en cuanto a los elementos de seguridad, democracia, derechos humanos“.

Parece que la dirección es la misma con Nayib Bukele, presidente de El Salvador desde 2019 con un mandato renovado inconstitucionalmente en febrero de 2024.

¿Puede reformarse el SICA?

Aguirre, aunque más optimista que Villegas-Román con el trabajo del SICA en la región, cree que, a fin de cuentas, el organismo no puede ser más que “un reflejo de los países que al fin y al cabo son sus miembros”.

Si en la región hay más países en dictadura, tendrás un sistema corrupto y con más prácticas autoritarias, si tienes más países democráticos, habrá más voluntad en la integración, más consensos y por supuesto más desarrollo, antes de exigir un SICA más fuerte, tenemos que fortalecer nuestras democracias locales.

En esa línea, Aguirre enfatiza y lauda la integración de talento joven al funcionamiento del organismo. “Yo llegué al sistema cuando estaba bajo la dirección de Victoria Marina Velásquez de Avilés (2014-2017) en este periodo se aprobó la Agenda Centroamericana de Juventudes y su plan de acción fue ratificado por la mayoría de instancias rectoras de juventud de los países”, relata.

“Bajo la dirección de Vinicio Cerezo (2017-2021) los jóvenes tuvimos aún más espacios, la Red Juvenil Centroamericana se fortaleció a nivel local y nacional” y se creó el programa SICA Joven “que incluía un foro de jóvenes paralelo a la Cumbre SICA dando la oportunidad de conocer a los tomadores de decisiones y expresar nuestras demandas”, entre otras iniciativas que Aguirre pudo presenciar en su tiempo en el organismo, entre 2019 y 2020.

SICA “no tiene dientes”

Es bastante difícil decir (si el SICA pudiese reformarse) mientras no haya una capacidad de incidencia real“, comenta, por su parte, Villegas-Román. “El estatuto que constituye el marco jurídico del SICA no tiene dientes. También lo hemos visto con el instrumento del Banco Centroamericano de Integración Económica (BCIE) que sigue (y no planea dejar de) proporcionando dinero al régimen”, añade.

El politólogo cree que, en principio, “todo se puede reformar”, pero en este contexto histórico no vislumbra que sea esa la dirección a la que avance el Sistema. A su ver, el SICA hoy por hoy no es más que una entidad burocrática cuyas funciones resultan esotéricas para la mayoría de la población de la región, que no ha percibido beneficios apreciables.

“Hay muchos atascos todavía de nuestra cultura política de hace muchas décadas, donde las élites política, económicas y gubernamentales son incapaces de poder ponerse de acuerdo en cuanto a la búsqueda de soluciones democráticas y respetuosas de los derechos humanos. Me parece que la lección aquí con Nicaragua es que han sido incapaces de ver más allá del protocolo“, subraya.

Y concluye que, a día de hoy, el SICA, al no penalizar de manera contundente a los Estados que se desvíen de su visión democrática, da “una señal muy mala” para el resto del mundo occidental y democrático.