“La prisión nos hizo entender la unidad”: Kevin Solís, sobreviviente del ataque a la Divina Misericordia

Cinco años después, Solís recuerda la violencia y el cautiverio que sufrió, pero también ve un lado positivo a su camino de vida

  • 1:37 pm
  • Ago 8, 2023
República 18

A sus 24 años, Kevin Solís tiene anécdotas que recuerdan a historias de terror, pero mantiene un tono positivo y amigable al hablar. Sin dudar te vosea, te habla de “amigo” y bromea sobre esto y lo otro. Cinco años después de haber estado en la primera línea de la crisis sociopolítica en Nicaragua, llegando incluso a sufrir años de prisión política, dice haber aprendido mucho sobre la vida y sobre “la lucha” contra la dictadura.

Cuando en abril de 2018 iniciaron las movilizaciones masivas contra las reformas al seguro social, Solís cursaba el segundo año de la carrera de Derecho en la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua (UNAN) en Managua. “No voy a decir que estaba inconsciente (sobre la situación en Nicaragua), pero sí estaba como en mi rollo, ¿me entendés?” admite Solís.

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Antes de eso su trabajo, al margen de sus estudios formales, era explorar académicamente los procesos de paz de la región, en particular el proceso colombiano, “del que más me alimenté” según dijo, y sintetizar lo que aprendía en artículos. Fue a partir de 2018 que enfocó su tiempo y esfuerzos a “la lucha”, como llamaban al esfuerzo colectivo de la sociedad civil contra la violencia del gobierno.

“Literalmente vivía en la universidad”

“Dejé un trabajo temporal en el Poder Judicial, estaba subcontratado, necesitaba el dinero, pero lo abandoné todo porque después del 18 y el 19 salgo para las calles” relata Solís, quien dividía su tiempo entre el trabajo y el estudio “a la vez que iba a las protestas y asistía al tranque de Jinotepe, el que me tocaba, porque soy originario de Diriamba”.

Solís es padre de una niña de 4 años con la que pudo reunirse tras años como preso político del régimen. Foto: Cortesía

Se unió a “la trinchera universitaria” en Managua luego de que, en su trabajo, empezaran a exigir pruebas de lealtad. “Obligaban a la gente a ir a esta u otra actividad, nos preguntaban qué pensábamos y yo dejé de ir. No puse renuncia ni nada, sólo me fui a la UPOLI, luego me uní a la toma de la UNAN-Managua” en mayo de 2018, “y me quedé ahí” relata.

No esperaba que, una vez en el recinto universitario, este se volvería su nuevo hogar. “Literalmente vivía ahí, en la universidad. Jamás volví a mi casa. Desde el 23 de abril que yo salí a las marchas y los tranques, no regresé. Iba de la universidad a la trinchera y de regreso. Tres camisetas, dos pantalones; tenía más pólvora que ropa” comenta, un tanto ufano en la voz.

El ataque a la Divina Misericordia

“Nos organizamos de una manera inesperada e improvisada y al final, hasta el último ataque, se vieron las consecuencias de esa improvisación” confiesa, aludiendo al infame operativo policial del 13 de julio de 2018. “No te voy a decir cómo salí de ahí” y enfatiza el ‘cómo’, “sí te puedo decir que fue gracias a Dios, porque no huimos y (más bien) nos defendimos desde las 11 AM hasta la mañana del siguiente bajo una lluvia de balas sin parar” rememora.

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El ataque inició en el recinto de la UNAN y culminó en la aledaña Parroquia de la Divina Misericordia, donde perecieron los jóvenes Geral Vásquez y Francisco Flores ante el fuego de agentes paramilitares simpatizantes del gobierno sandinista. “Tenían municiones como para ir a una guerra. Nos atacaron desde una cuadra de distancia y ahí nos quedamos, defendiéndonos a como pudimos y por eso no avanzaron más ni nos mataron a todos” como era su intención, según cuenta Solís.

Los agujeros que dejaron las armas de guerra todavía son visibles en el templo. Foto: Artículo 66

Haber sobrevivido al ataque significó para Solís convertirse en un blanco de la ira del gobierno. “Empezamos a huir y a escondernos. Ya no pudimos estudiar” explica Solís, quien partió hacia Costa Rica y ahí pasó durante un mes, esperanzado de que “se calmara la situación”, pero eventualmente regresó. Confiesa no haber tenido “el valor que tuvieron cientos de miles de exiliados en Costa Rica que tuvieron que empezar de cero y rehacer sus vidas; yo no tuve la fuerza para hacerlo desde cero“.

En la cárcel

Regresó a Nicaragua y trató de eludir a las autoridades, moviéndose entre casas de seguridad y colaborando a como podía en el activismo contra la dictadura. Fue capturado el 23 de septiembre de 2018 junto a algunos compañeros al participar en una marcha en carretera a Masaya, acusado de supuestamente haber incendiado un prescolar cercano a la UNAN durante el tiempo de la ocupación estudiantil.

La pena que le impusieron fue de 23 meses en prisión, pero fue liberado 8 meses después, tras haber pasado por distintos centro penitenciarios, en abril de 2019 bajo “régimen de convivencia familiar”, y luego definitivamente con la Ley de amnistía 996, aprobada por la Asamblea Nacional el 8 de junio de 2019. Con su libertad retomada, Solís intentó seguir colaborando en el activismo.

“Me quedé en Nicaragua y me cambié a una trinchera diferente. Empecé a trabajar en la Unidad de Defensa Jurídica (UDJ), que reunía a los defensores de los presos políticos. Colaboré con varios grupos, soy cofundador del Grupo de Reflexión de Excarcelados Políticos (GREX) y participé en otros proyectos humanitarios para personas ex-atrincheradas, ex-carcelados” recuerda Solís.

Por ese trabajo no pudo reanudar sus estudios más allá de un curso sobre justicia transicional de 4 meses. El 3 de febrero de 2023, su primer día de clases en la Universidad Centroamericana (UCA), Solís participó brevemente en una manifestación. “Estuve como diez minutos y creo que hice una entrevista para un medio de comunicación. Luego me fui y al día siguiente me llaman diciéndome que tengo una orden de captura a nivel nacional“, un hecho que enfrentó diciéndose a sí mismo “que venga lo que venga“.

Secuestro en la UCA

Dos días después empezaron a circular afiches con el rostro y nombre de Kevin Solís al estilo del viejo oeste. “Se busca, delincuente”, decían los papeles que ahora menciona entre risas diciendo: “me subieron de rango”. Le acusaban de haber robado y agredido a un simpatizante sandinista que se había infiltrado el plantón antes mencionado, en el que apenas y pudo estar unos minutos. Al día siguiente fue secuestrado.

Solís en la Universidad Centroamericana. Foto: Cortesía

“Salí a fumar un cigarrillo al portón trasero de la UCA a las 9 de la mañana. Ahí yo miro a un tipo como de un metro ochenta y a otro gordo, y te soy honesto, yo sí sabía que eran policías (vestidos de civil). Era obvio” pensó en el momento, pero no hizo nada. “Entonces se me acercaron, uno me puso una mano en el hombro”, posteriormente lo abrazó y le susurró al oído:

—Kevin, no te movás. Inteligencia nacional —y remarcó—; te movés y te atenés a las consecuencias.

Entonces Solís levantó las manos y cooperó de tal manera que fuera evidente que estaba siendo secuestrado. Los agentes lo subieron a una camioneta seguida por una escolta de dos automóviles. “Entonces le llamaron a alguien”, al parecer un superior, con quien mantuvieron una breve conversación que todavía recuerda.

Imagen de Solís que circuló en medios oficialistas cuando fue exhibido como reo en 2020.

—Jefe, ya lo tenemos. ¿Lo llevamos ya sabe usted adónde o lo mandamos a Auxilio Judicial?

—No, llévenlo a Auxilio Judicial —ordenó la enigmática voz en el teléfono— porque ya lo están llorando.

“Si no fuera por la respuesta inmediata de parte de mis amistades, de UDJ; de que había denuncias de que me habían secuestrado, quién sabe qué habría pasado porque parece que tenían otras órdenes” rememora Solís.

Tres años perdidos

Solís recibió una condena de 4 años de prisión el 28 de abril del 2020, misma que le fue aumentada a 5 años y 6 meses en segunda instancia por el Tribunal de Apelaciones de Managua. De esta condena injusta cumplió 3 años, en los que sufrió torturas y aislamiento, hasta que fue ‘liberado’ el 9 de febrero de este año, 2023, en un grupo de 222 presos políticos que fueron desterrados, perdiendo su nacionalidad y posteriormente sus bienes.

“Obviamente, el estar preso, las cosas que uno vive ahí, tiene su lado malo” explica, “pero también te ayuda a reflexionar como persona”. Si lamenta haber perdido tres años de su vida y que “me arrebataron mi sueño… temporalmente”, Solís cree que la experiencia le “ayudó en muchos sentidos como joven, como nicaragüense y como opositor a la dictadura porque reflexioné sobre mi patria y mi posición”.

“La prisión nos hizo entender la unidad”

“Lastimosamente, sólo la prisión nos hizo entender a muchos, incluyendo a los altos perfiles, que ahora se ven unidos, abrazándose y todo, pero que en el momento no se podía ni ver, cuál es el verdadero camino: la unidad” sostiene.

Solís junto a su pareja, Samantha Jirón, joven activista que también sufrió prisión bajo el régimen sandinista. Foto: Cortesía

No te imaginás cómo valorás hasta el agua limpia que bebés, cómo podés hablar o hacer algo sin que nadie te esté diciendo que no lo podés hacer porque sos un preso más, incluso la comida, lo más mínimo, el aire y el sol, te hacen sentir feliz, te hacen valorar y querer las cosas en tu vida; no todo es malo” piensa.

Solís es ahora ciudadano español gracias a un ofrecimiento del gobierno de esa nación ante los cientos de apátridas que dejó la saña del régimen sandinista, aunque aún reside en Estados Unidos, trabajando para en un futuro terminar su carrera formalmente, sea en España u otro país, puesto que en Estados Unidos se le hace prácticamente imposible.

Todavía sigue involucrado en el activismo hasta donde le es posible y es uno de los miembros más jóvenes de la coalición de liderazgo opositor en el exilio, “Monteverde“, aunque admite que el ritmo de vida estadounidense puede llegar a abrumarle. “El sueño americano es vivir con sueño todo el día” concluye.