10/04/2023
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Nicaragüenses huyendo del régimen de Ortega caen en manos de cárteles

Es la historia de un joven de Camoapa, cuya vida pendió de un código. Fue despojado de sus bienes y le tocó presenciar como los perros y aves de rapiña se comían a otro migrante

Salir entre veredas para aprovechar la oscuridad de la noche y la sombra de los árboles para no ser detectado por los partidarios de Daniel Ortega; ir con el menos peso posible para aligerar el paso y sin detenerse a volver a ver hacia atrás es la nueva realidad de miles de nicaragüenses, que ansían vivir en paz, sin miedos o ser libres lejos de un país donde les han arrebatado muchos derechos humanos.

Esta es la historia de un joven de 24 años, originario del municipio de Camoapa ubicado en el departamento de Boaco que por seguridad pidió omitir su nombre, pero decidió compartir a República 18 su dura marcha hacia Estados Unidos. El 28 de mayo de 2020, entre lágrimas y con abrazos ligeros se despidió de su madre con la promesa de llegar bien a su destino sin imaginarse los retos a los que se tendría que enfrentar para sobrevivir.

Salió con una mochila, con su pasaporte, con lo básico para el viaje y en compañía de un familiar que solo le orientaría el camino hasta llegar al empalme San Francisco de la ciudad de Camoapa donde tomaría el autobús para la capital; sin embargo, su travesía apenas empezaba.

Al llegar a la capital nicaragüense (Managua) estaba dispuesto a realizar su trámite de manera formal y legal para viajar, pero el temor de ser encarcelado le impidió hacerlo, pues ya había recibido dos citas de la Policía Nacional y una orden de arresto en su contra por participar en las protestas cívicas de abril de 2018 en la ciudad de Masaya (donde residía en ese momento); también lo acusaban de haber mantenido una discusión con un representante del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) en Camoapa, quien durante una cena lo señaló de “golpista” y “asesino” a lo que el universitario le respondió que su familia y su gobierno eran los únicos culpables de tantas muertes en el país, el peso de estas palabras le costaron noches de desvelo y mucha ansiedad porque el acoso no se hizo esperar.

10 días sin comer

Cuando decidió que su destino sería Estados Unidos por ser el único lugar donde tiene familia, hizo su ruta por Honduras con destino a Guatemala. Ahí buscaría a un “coyote” que le ayudara a cruzar las siguientes fronteras.

Luego de comunicarse con el “coyote” o “guía” y pagarle 3,500 dólares le dieron un código (el cual se convirtió en su pase para salvar su vida); estuvo cinco días en Guatemala de donde emprendieron el viaje en compañía de personas de diferentes nacionalidades. Fue trasladado a México.

Al llegar a México el universitario con voz entre cortada y un poco ansioso tildó como la “segunda peor etapa de su vida” la experiencia que pasó a manos de estas personas a quienes señaló de ser parte del cartel de Sinaloa (la primera etapa de violencia la vivió en Nicaragua cuando paramilitares y policías entraron a la ciudad de Masaya a encarcelar, secuestrar y asesinar a los civiles que se oponían a la dictadura de Daniel Ortega).

“En México estuve como 10 días esperando, no comíamos y dormíamos en el monte. Ya nunca más tuve comunicación, no nos movían de ahí porque los federales y los de inmigración estaban en las carreteras principales; entonces decidieron traernos por Sinaloa”.

Mientras se acercaba a la frontera entre México y Estados Unidos fue entregado por su “guía” a hombres identificados como miembro del cartel de Sinaloa quienes le quitaron su ropa, le robaron lo poco que llevaba en su mochila, una tarjeta de crédito, el pasaporte y el último efectivo que todavía le restaba.

“La frontera está dirigida por los carteles, los coyotes son guías no les dicen coyotes, y trabajan con ellos; entonces, el guía les llama y les dice van tantas personas y todas las personas esas las llevo yo, pero en el camino se te aumenta la gente, se te va pegando la gente como te miran; esa gente no viene pagando nada y esas son las personas que ellos agarran para secuestrarlas o asesinarlas”.

Tiraron un cuerpo sin vida a los perros

Al despojarlo de sus pocas pertenencias y estando totalmente desnudo empezaron a interrogarlo y a amenazarlo. “De dónde venís, con quién venís, cuáles fueron tus últimas claves; entonces, si tú no dices ninguna clave ese es el problema”.

Además de gritarles, ofenderles e intimidarles (a él junto al grupo de inmigrantes) también les obligaron a ver como los perros y las aves de rapiña devoraban el cuerpo de un hombre. Para el joven esa escena vivirá siempre en su mente, pues en ese instante creyó que correría la misma suerte de ese ser humano de quien no sabe su nacionalidad.

A dos días de estar entre el polvo, la sed, el hambre y entre personas que portaban granadas o armas de alto calibre les anunciaron que estaban listos para cruzar la frontera; en ese momento, le vuelven a preguntar su código (la palabra que le dio su guía desde Guatemala y que la cambió tres veces para evitar que las personas que se iban agregando al grupo y que no habían pagado se edificaran con el mismo) y le hicieron únicamente entrega de su pasaporte roto.

“Ver como tu vida corre peligro en pocos segundos, ellos te pueden quitar la vida y no les interesa. Ver como se comían un cuerpo los perros y los zopilotes. Ver personas con granadas, con armas en ese momento yo pensé que me había librado de las personas de Nicaragua, pero no fue así”.

El temor del nicaragüense era de que no le dejaran pasar o que le exigieran más dinero, el cual ya no tenía porque lo habían despojado de todo. También indicó que las personas que no pagan o que se van uniendo a los grupos son las que secuestran para extorsionar o asesinar.

Al otro lado de la frontera

Al llegar a la frontera su guía le dio un manotazo en el pecho para empujarlo e indicarle que ya había llegado, que esperara un par de horas que apareciera una patrulla de migración y se entregara a ellos.

En efecto, dos horas después se acercaron los agentes de inmigración al verlo solo, pero en menos de un minuto más latinos empezaron a salir de los matorrales.

“De ahí nos llevaron primero a un centro donde nos dieron alimentos, a mí me revisaron mi rodilla que no traía mucho dolor, pero si un pequeño malestar; también iba con una pequeña alergia y después me trasladaron a otro lugar donde un oficial me maltrató. Todos los oficiales se habían portado muy buena persona, si yo les pedía agua ellos me la daban, pero el último fue lo peor, hizo como agredirme verbalmente y hacerme cosas de burla”.

Mientras estaba en el centro de inmigrantes le hicieron ponerse un uniforme y ante el incremento de su malestar físico producto del descuido y la falta de aseo mientras estaba en la frontera, un médico le atendió y además, le realizó preguntas sobre su familia, su país y por qué huía de Nicaragua.

A los cinco días de estar en el centro se acercó un agente de inmigración le pidió sus datos y le dejaron ir. Actualmente, no ha querido contarle a su madre todo lo que tuvo que pasar porque teme que le puedan hacer daño o que su salud desmejore; ya que el asedio es constante pese a que ya no se encuentra en Nicaragua.

 A pocos días de cumplir tres meses de su partida siente el dolor de haber dejado todo lo que tenía, principalmente a su familia y a sus amigos; sin embargo, este sentimiento no le limita a poder asegurar que está tranquilo porque ya no se siente vigilado ni con el temor de que una noche lo lleguen a sacar de manera violenta de su casa y que luego sus padres desconozcan su paradero.

El universitario ve como pruebas divinas las circunstancias a las que se enfrentó en el camino y a las que recuerda con mucho dolor porque mientras dormía en el suelo o no tenía nada que comer pensaba en su hogar y el calor de su familia. Actualmente, está iniciando su proceso de asilo y espera que la respuesta sea positiva para poder contribuir al desarrollo de este país que hasta la fecha le ha abierto las puertas para volver a empezar.

13 mil nicaragüenses detenidos en la frontera

Organismos internacionales de derechos humanos han publicado que más de 13 mil nicaragüenses se encuentras detenidos en la frontera sur de Estados Unidos, entre ellos periodistas, defensores de derechos humanos, activistas y cuidados perseguidos por el régimen de Daniel Ortega y Rosario Murillo.

Tiziano Breda, analista de la organización Crisis Group aseguró que en julio se reportaron a 13, 338 nicaragüenses detenidos, lo que representó 52 veces más de que lo registrado en el mes de octubre de 2020.

“256 nicaragüenses fueron detenidos en la frontera sur de Estados Unidos en octubre de 2020. ¡13,338 el mes pasado, 52 veces más!”.

Breda, aseveró que en los últimos 10 meses la cifra de nicas detenidos es de 32, 682; iniciando desde marzo los repuntes más altos de inmigrantes nicaragüenses.

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